Un día escribí un verso,
pidiendo que en mi corazón
una rosa se sembrara
Una rosa hermosa con
raices espindas que
que crecieran bien arraigadas.
Pero traicionera es la pluma,
con tan mala suerte que al viento llamó
y al día siguiente este sin recelo ni cuidado, sopló;
arrancado aquella rosa que,
aunque pequeña, en la tierra sus raices fuertes aferró.
Pudo más el viento y la rosa,
más porque quiso,
más por propia voluntad,
que por Eolo que sopló,
se desprendió.
Dejando desgarrada la tierra en que nunca floreció.
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